miércoles, 23 de enero de 2008

Problemas bioéticos


Problemas bioéticos de las celulas madre.


Algunos problemas bioéticos atraen de manera especial la atención de la opinión pública en todo el mundo. Por lo general, son los que tienen más directamente que ver con el respeto a la vida y a la dignidad de los seres humanos como, por ejemplo, el aborto, la eutanasia, la reproducción asistida, la experimentación con humanos, etc. El uso científico y terapéutico de las células madre se ha incorporado recientemente a esa nómina de cuestiones bioéticas apasionadamente debatidas por la opinión pública mundial. La razón estriba en que nos encontramos ante unas células con un enorme potencial terapéutico pero cuya obtención resulta, en algunos casos, éticamente controvertida, al exigir la destrucción de embriones humanos. En estas páginas me ocuparé de la ciencia, la política y la ética de las células madre.

Política de las células madre: ¿Hacia dónde vamos?

La política científica de las células madre está muy condicionada por sus patrocinadores, que son inversores privados más que públicos. En los amplios márgenes de tolerancia que ofrecen las leyes americana, británica y australiana, las empresas biotecnológicas están haciendo inversiones astronómicas con la confianza de amortizarlas y rentabilizarlas en el futuro mediante los royalties que logren ingresar por las patentes que consigan. Estos patrocinadores, junto con los investigadores, los medios de comunicación, los comités de bioética y los gobiernos, constituyen la compleja trama de la carrera científica, cuyo conocimiento es imprescindible para componerse una imagen más o menos fiel del escenario en el que se desarrolla la investigación con células madre.

Si repasamos cada uno de los actores mencionados, observamos que todos ellos se encuentran dominados por fuerzas que les impulsan a desarrollar o apoyar ese tipo de investigaciones, más allá de cualquier consideración ética. Ya me he referido a las empresas. Ellas están presionando sobre los Estados y la opinión pública para que las trabas legales a este tipo de investigaciones desaparezcan y para que puedan patentar las técnicas relativas a la obtención, tratamiento y empleo de las células madre.

Los científicos, por su parte, tienen también grandes motivaciones para apoyar este tipo de trabajos. El primero es la natural atracción que ejerce sobre un investigador la posibilidad de conocer y dominar mejor la vida humana. A ello hay que añadir la notoriedad social que genera un descubirmiento en estos campos científicos con inmediata y enorme repercursión clínica. Además, los incentivos económicos que los científicos reciben de las empresas llevan a cuestionar la independencia e imparcialidad del científico a la hora de seleccionar las líneas de investigación que va a desarrollar.

Los medios de comunicación están muy condicionados por los científicos y las empresas biotecnológicas. En estos campos, más que en cualquier otro, los informadores están enteramente en manos de quienes proporcionan los materiales informativos, sin que puedan tomar la suficiente distancia para evaluar la licitud, calidad e interés de los medios y los resultados de las investigaciones. En estos momentos, además, los medios de comunicación vuelven a caer en la ingenua creencia de que el mundo científico es completamente neutral y que sólo en el campo de las aplicaciones tecnológicas es donde se deben hacer juicios de valor. Por lo demás, su dependencia del público para su mantenimiento también condiciona su línea informativa. Los medios saben que “vende” informar acerca de espectaculares avances en el campo biomédico, aunque luego éstos no lo sean tanto; o contar los casos dramáticos de personas que podrían haberse curado si se suprimieran algunas trabas legales.

Los comités de bioética también tienen un protagonismo en la configuración de las políticas científicas. Muchos de estos comités están influidos por el utilitarismo que, por ser la corriente hegemónica en los Estados Unidos, extiende su influencia a muchos otros. No se puede decir que la diversidad de paradigmas bioéticos cuente con igual representación en el mundo. Por otro lado, algunos de estos comités han sido creados por empresas o fundaciones privadas, que condiciona mucho su imparcialidad. El caso más llamativo es el del comité bioético creado por Geron, cuando ya había desarrollado las investigaciones que condujeron a Thomson y Gearhart a lograr los cultivos de células madre embrionarias en el laboratorio. Parece difícil de suponer que el informe que este comité de bioética publicó con relación a estas investigaciones fuera a criticarlas. En efecto, se limita a dar una cobertura justificatoria a lo que ya se había hecho.

La sociedad civil ejerce un papel de primera magnitud en la política sobre cuestiones biomédicas. Aquí las posiciones se polarizan entorno a dos centros. El movimiento favorable a la experimentación con embriones para obtener cuanto antes las células madre y disponerlas para su uso clínico cuenta con el respaldo de algunas asociaciones de enfermos, mientras que la posición favorable al respeto incondicionado al embrión se apoya en los movimientos provida, entre cuyas filas militan también personas que sufren graves enfermedades. Mientras los primeros son partidarios de servirse de los embriones para llegar cuanto antes a la terapia de regeneración celular, los segundos entienden que el recurso a los embriones no sólo es inmoral, sino innecesario porque la vía de las células madre de adultos ya ha acreditado su gran potencialidad, como se indicaba en el primer epígrafe. En un caso, se entiende que el “profundo respeto debido al embrión” no es incompatible con su destrucción en algunos casos, por entenderse que todavía no nos encontramos ante un ser humano. En el otro, se estima que el embrión humano no puede tratarse como si fuera simplemente un objeto. Ese respeto muchos lo fundan en que el embrión es ya persona desde su concepción y, por tanto, titular de los derechos humanos y, entre ellos, el derecho a la vida. Dentro de esta misma posición, otros, en cambio, sin llegar a esa identificación entre embrión y persona, mantienen la necesidad de ser completamente respetuosos con el embrión por constituir el inicio de una vida humana.

A la vista de este escenario sociopolítico, no es difícil concluir que existe una enorme presión sobre las instancias legales para que se autorice la investigación con los embriones sobrantes de las técnicas de fecundación asistida, e incluso su creación -por fecundación o clonación- para su uso en la investigación. Los beneficios económicos de las empresas, el lucro y la notoriedad de los investigadores y los intereses los terapéuticos de los enfermos pesan mucho en uno de los platillos de la balanza, mientras que en el otro únicamente se encuentran los intereses de los embriones, incapaces de defenderse por sí mismos, y la tradición jurídica hasta el momento, que siempre se ha opuesto a la instrumentalización de los embriones. En el último epígrafe me planteo si esa tradición jurídica de protección al embrión era una cuestión puramente cultural que, al demostrarse que los embriones pueden ser muy útiles para curar a otros, pierde su vigencia; o es una cuestión de derechos humanos, que no puede ser alterada por ninguna mayoría.

Bioética de las células madre: ¿hacia dónde debemos ir?

Las fuentes de las células madre son tres y cada una de ellas conduce a un campo de la bioética. Las células madre procedentes de adultos remiten a los ensayos clínicos con seres humanos. El acuerdo acerca de las condiciones en las que se puede disponer del tejido humano de adultos es bastante amplio. Las células madre fetales nos sitúan ante el problema del uso de los fetos abortados deliberadamente. Aquí todos coinciden en que se tomen medidas para evitar que los abortos se realicen con el fin de proveer de material para la investigación. La controversia se plantea entre quienes no ven problemas en utilizar este material si se garantiza lo anterior y quienes, de todos modos, sí los encuentran. Más allá de los problemas morales que plantea el uso de esos materiales, únicamente planteo ahora la cuestión acerca de quién es la persona competente para consentir en el uso de los mismos. Pienso que la misma persona que autoriza la muerte del feto no puede ser idónea para consentir en el uso de los tejidos fetalespara la investigación, salvo que se considere que el feto es propiedad de la madre. Pero, si no es ella, ¿quién entonces? Esta ausencia de un sujeto legitimado para consentir en el uso de los tejidos fetales constituye ya una razón para dudar de la licitud de esta práctica. Por último, las células madre embrionarias plantean el problema acerca de la licitud de la investigación con embriones. Ya hemos visto que, salvo sonadas excepciones, los ordenamientos jurídicos vigentes la prohíben. Ante la enorme presión para permitir el uso de embriones en la obtención de células madre, planteo dos cuestiones: ¿qué debería hacer un Estado prudente ante la posibilidad de usar los embriones en las actuales circunstancias político científicas? ¿Y qué criterios deberían tenerse en cuenta para llegar a una respuesta correcta, con carácter general, al problema de las células madre?

Con respecto a la primera entiendo que un Estado prudente debería, por ahora, dejar las cosas como están. Tres razones me inclinan a optar por la espera. En primer lugar, las normas básicas que regulan la investigación con células madre en España son muy recientes: el Código penal es de 1995, y el Convenio Europeo de Derechos Humanos y Biomedicina, de 1996, que España ratificó dos años después. El primero prohíbe fecundar un óvulo con un fin distinto del reproductivo. El segundo también prohíbe crear embriones con fines distintos de la reproducción. De entrada, sería chocante pensar que un Código penal que tardó más de quince años en elaborarse y un Convenio sobre Bioética que fue discutido durante seis años por más de 30 países de Europa contengan de pronto normas obsoletas. Antes de proponer su reforma, habría que analizar con sosiego las razones por las que hace tan poco tiempo se decidió legislar en ese sentido y ahora, sin embargo, se presiona para cambiar esas leyes.

La segunda razón para la moratoria es la abundancia de incertidumbres que convendría despejar antes de tomar decisiones. ¿Cada célula totipotente es un embrión? ¿Cuál sería la condición de una célula de adulto totalmente desprogramada y susceptible, en consecuencia, de convertirse en una célula de cualquier tejido u órgano, e incluso en un embrión? ¿El cigoto obtenido mediante transferencia nuclear de célula somática es un embrión y es acreedor a la misma consideración que el embrión fruto de una fecundación? Estas, y muchas otras, son preguntas filosóficas que exigen importantes conocimientos científicos para ser respondidas, y cuyas respuestas condicionan por completo el juicio sobre la investigación con células madre embrionarias.

La última, y más importante, razón para inclinarme por la moratoria es el mismo estado de la ciencia de las células madre. En el último año, las células madre de adultos se han podido cultivar en el laboratorio en grandes números; han acreditado una versatilidad insospechada, transformándose en una gran variedad de tejidos del cuerpo humano; obvian cualquier problema de rechazo en el trasplante; y han empezado a ofrecer resultados terapéuticos positivos. Ante esta fuente de células madre, cuyo uso no plantea problemas éticos y cuya utilidad salta a la vista, me parece que una decisión respetuosa con todos y no perjudicial para nadie consistiría en poner toda la carne en el asador de las células madre de adultos y no en otras células madre éticamente controvertidas y científicamente menos contrastadas hasta el momento.

Esa moratoria permitiría, además, plantearse con tiempo la avalancha de problemas bioéticos que se derivarían de una eventual aceptación futura de la investigación y utilización de las células madre embrionarias. ¿Se debe informar a la madre del embrión utilizado como fuente de células madre sobre los desórdenes genéticos que se hayan detectado tras el análisis de las células? ¿Tienen derecho las madres de esos embriones a participar en el beneficio económico que pueda reportar el uso de las células? ¿Cómo se justifica que las empresas biotecnológicas que “produzcan” las células madre embrionarias reciban un beneficio económico por su trabajo y no, en cambio, quienes aportan la materia prima? ¿Debe informarse a los posibles receptores de las células madre de la fuente de la que se han obtenido? ¿Debe informarse a la madre del embrión del destino concreto al que se dirija el embrión donado o basta con una referencia genérica a usos de investigación? ¿Tiene derecho la madre del embrión a saber quiénes son los receptores de las células madre obtenidas a partir del embrión donado por ella, teniendo en cuenta que se trata de unas células con un código genético vinculado a ella? Sería una temeridad aprobar una investigación que desencadena tantos dilemas bioéticos, sin haberlos discutido y resuelto primero; sobre todo, si tenemos presente lo ya dicho: que existen alternativas científicas satisfactorias.

La segunda pregunta es ¿qué posición cabe adoptar ante la creación y uso de embriones para fines de investigación y, en concreto, para obtener células madre? La respuesta es tratar con respeto al embrión humano, empezando por su vida y el modo en que ha sido creado. Por ello, es ilícito destruir embriones para obtener esas células. La gravedad de esa acción se incrementa si esos embriones son creados exclusivamente para su destrucción en la investigación, y más aún si, además, son creados por transferencia nuclear (clonación).

La clonación de embriones es un gravísimo atentado contra la dignidad humana por dos razones. En primer lugar, porque el destino de esos embriones es su destrucción y utilización en beneficio de otros. En segundo lugar, la clonación de embriones abre las puertas a que nazcan niños creados por clonación. El gobierno británico se ha apresurado a decir que el permiso para clonar embriones irá acompañado de un reforzamiento de la prohibición para clonar seres humanos destinados a nacer. Desde luego, es una ingenuidad pensar que si se llegan a clonar embriones, la tentación de implantarlos en una mujer para que nazcan se podrá resistir.

Para distinguir entre uno y otro uso de la clonación algunos autores han hablado clonación "reproductiva" frente a clonación "no reproductiva" o clonación "terapéutica". Me parece que esta terminología falsea la realidad y, por ello, debe ser rechazada. Tanto en un caso como en otro existe una clonación reproductiva porque en ambos se obtiene —se crea— un embrión humano por clonación. La diferencia estriba en que en un caso el embrión tiene como destino el llegar a ser adulto, y en el otro su destino es el uso para interés de otros seres humanos. Según esto, más que hablar de clonación "reproductiva" y "no reproductiva" habría que hablar de clonación humana "reproductiva" y clonación humana "utilitaria", "instrumental" o "destructiva". Si recurrimos a los términos de clonación reproductiva y terapéutica, transmitimos la idea de que la segunda no es perjudicial porque podría parecer que no instrumentaliza a nadie, y que únicamente tiene un efecto curativo. Clonar embriones humanos para uso y provecho de otros es una clonación humana radicalmente instrumental y no una inocua e inofensiva "clonación no reproductiva" o "terapéutica".

Además de esta objeción, se plantean otras que también conviene tener en cuenta. Una de ellas tiene que ver con el consentimiento prestado por los padres a este destino de los embriones. ¿De qué tipo de consentimiento se trata? No puede decirse que sea el consentimiento de una persona que tiene la patria potestad sobre otra porque, en ese caso, el consentimiento siempre está sometido al interés del sujeto, lo que en absoluto es asícuando aquello en lo que se consiente es en la destrucción del embrión. Habrá que pensar, entonces, que se trata del tipo de consentimiento que da el dueño de una cosa para que se disponga de esa cosa. Pero, entonces, nos encontramos con la reducción del embrión a objeto de libre disposición. Las legislaciones de todo el mundo luchan para que el ser humano no actúe sobre su propio cuerpo como si fuera un objeto de libre disposición, prohibiendo para ello el comercio de órganos. ¿Por qué prohibir la venta de mi riñón y permitir, en cambio, mi disposición sobre mis embriones que, desde luego, son menos míos que el riñón?

La consecuencia de reducir el embrión a cosa trae otro problema. ¿Hay que pagar a quien dona los embriones para investigación? Casi nadie se atreve a sostenerlo. Ahora bien, ¿puede el laboratorio vender las líneas celulares obtenidas de esos embriones? Desde luego, no parece que los laboratorios estén dispuestos a actuar “altruistamente” sino, más bien, a rentabilizar las inversiones realizadas en el desarrollo de esos “productos”. Pero ¿no choca que los laboratorios, y los accionistas que los sostengan, se enriquezcan gracias a unos embriones que, por evitar su comercialización, exigimos a sus progenitores que donen y no vendan?

Conclusión

Las células madre, junto con la manipulación genética, van a constituir dos pilares básicos de la medicina de los próximos años. La tecnología genética impedirá la aparición de muchas enfermedades inscritas en nuestros genes. Las células madre, por su parte, proveerán de tejidos y órganos de repuesto a medida que los nuestros se vayan deteriorando.Todo ello contribuirá a la mejora de la salud y de la vida de las personas y deben ser saludados con satisfacción. Pero ello no nos puede hacer perder de vista los riesgos del desarrollo tecnológico. Los problemas bioéticos que plantea la manipulación genética son objeto de otro estudio. Aquí nos hemos centrado en los suscitados por la investigación con células madre. La principal fuente de problemas deriva del uso de embriones como “materia prima” para obtener esas células. El embrión es un ser completamente desprotegido, incapaz de defender sus intereses por sí mismo y con una apariencia nada semejante a la de un ser humano adulto. Esas tres circunstancias han conducido a muchos a considerar que el embrión no es todavía un ser humano y que, por tanto, puede ser utilizado al servicio suyo. Pero esas circunstancias no quieren decir que todavía no estemos ante un ser humano, sino que la fragilidad es inherente a la condición humana y que esa condición se manifiesta máximamente en los inicios del ser humano. Considerado así el embrión, no puede ser lícito, en ningún caso, su instrumentalización al servicio de otros seres humanos. Si no existiesen fuentes alternativas para obtener las células madre que no plantean problemas éticos, nos encontraríamos ante un dilema cuya respuesta no admitiría dudas pero que resultaría bastante trágico. Pero lo cierto es que la ciencia ha provisto de unas alternativas más que satisfactorias, que permiten desarrollar la investigación con células madre sin sacrificar vidas humanas.

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